Formar el corazón de estas niñas que llegan a nuestro colegio en el comienzo de sus vidas y lo dejan amaneciendo su juventud. Largos años, día tras día recorriendo estos patios estrenando vida, creciendo, haciéndose y ensayando ser mujer.
Formar mientras crecen y se despiertan a un mundo lleno de contradicciones, arropadas por la calidez de sus familias, amigas y quienes las aman y sacudidas por un mundo herido por la violencia, el abandono, la soledad y sufrimientos de tantos seres humanos.
En este campo tan variado es donde debemos formar su corazón. Tarea misteriosa, lenta, profunda, ardua y bella. Tarea que nos implica cariño, paciencia, bondad y una mirada al alma desde lo más hondo de nuestra humanidad.
Así formamos, mientras nos vamos «encontrando» en nuestra común vulnerabilidad, su silenciosa y lenta aceptación, reconociéndonos personas: seres humanos genuinos, mientras nacen y crecen esos lazos de afecto entrañables que nos dejan una huella imborrable, nos forman en lo interior, modelan nuestra alma y nos capacita para amar incondicionalmente y recibir amor.
Mientras corren, juegan, sueñan, crecen y son amadas sin condiciones, en ese mismo tiempo se forman sus tiernos corazones.